Sábado, 08 de septiembre, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica (Nuestras mas sentidas condolencias a los familiares y amantes de la voz del Tenor Luciano Pavarotti en Italia y en el resto de nuestro mundo musical también, por su súbita desaparición. Que descanse en paz su corazón y su alma infinita en las manos de su Creador Celestial y de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, el Árbol de su nueva vida eterna en la patria celestial del nuevo reino de Dios, en los cielos. También, deseamos recordar a las victimas de nuestros hermanos y hermanas de Nicaragua y otras regiones del Caribe, por las inclemencias y los golpes terribles de la temporada de huracanes. Ellos han sufrido muchas perdidas materiales y hasta personas desaparecidas también. Oramos a nuestro Padre Celestial por cada uno de ellos y por sus familiares, para que los bendiga y calme su dolor de sus corazones y de sus espíritus humanos, volviéndoles a dar vida, paz, gozo y felicidad en sus cuerpos afligidos y en sus hogares, también, en el nombre sagrado de nuestro Señor Jesucristo.) (Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo) DECLARADO SANTO PARA DIOS Somos santos, por inicio divino, desde mucho antes de la creación del reino de los cielos y de toda la tierra y con todas sus cosas, también. Porque nuestro Padre Celestial nos forma en su corazón y luego en sus manos sagradas, "para ser santos" para su nombre infinitamente sobrenatural y sumamente glorioso en nuestros corazones, en la tierra y para la eternidad venidera. Por lo tanto, en el día de nuestra formación, primero Adán y luego cada uno de nosotros hasta el último hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera, fue creado para ser "tan santo y tan honrado" delante de Dios, como su Hijo amado, el Señor Jesucristo y como su Espíritu Santo con todas sus huestes angelicales del reino. En el día de nuestra creación, "Dios no encontró mancha alguna" en nuestros corazones, ni en nuestras almas, ni en nuestros cuerpos humanos, sino que "éramos completamente puros y santos, listos para alcanzar nuevas glorias infinitas", para él y para su nueva vida celestial. Es por eso, que Dios "examina" muy bien la obra de sus manos sagradas", cada vez que formaba un hombre, o una mujer, un niño o una niña, "y vio que era bueno y muy santo", a la vez, para gloria de su nombre sagrado, eternamente y para siempre. En éste día, "Dios mismo te conoció como su hijo o como su hija", y no encontró ningún mal, ni ningún pecado en todo tu corazón y en todo tu cuerpo espiritual y corporal; en verdad, eras perfecto y glorioso en las manos de Dios, de su Espíritu Santo y de su Hijo, en el día de tu formación celestial. "Todo era gloria y felicidad celestial en tu vida", mi estimado hermano y mi estimada hermana, hasta que la mentira de Lucifer llega a tu corazón, no tanto al corazón de Adán, sino a tu mismo corazón y alma viviente, para destruirte: alejándote de tu Creador y salvador único e infinito de tu vida delante de Dios, nuestro Señor Jesucristo. "La mentira llega a nosotros y con sus muchas tinieblas del más allá", como del mundo perdido de los muertos, "porque Lucifer podía entrar al paraíso", como cualquier ángel del cielo, ya que había vivido con ellos y con Dios, también, por mucho tiempo. Entonces "nadie impidió" que Lucifer se acercase a Adán, sino sólo la palabra del SEÑOR. Pero Lucifer sabía muy bien como darle vuelta a la palabra de Dios, con la serpiente para finalmente y con astucia acercarse no sólo a Adán sino también a Eva y cada uno de sus descendientes, en el paraíso y en todos los lugares de la tierra, también, como sucede hoy en día en la vida de muchos, por ejemplo. Y Lucifer hizo todo este mal terrible, "para que su lengua destruya" todo lo que es de Dios; es decir, para que la mentira que destruyo a muchos ángeles del cielo, entonces también "destruya a mucha gente", comenzando con Adán y Eva y hasta tocar tu propia vida, como en días recientes, mi estimado hermano y mi estimada hermana. Porque si Lucifer no pudo destruir a Dios, ni a su Hijo amado, el fruto del Árbol de la vida, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo así en el reino de los cielos, "entonces te destruiría a ti", para que de una manera u otra "alcanzar a hacerle daño a Él y a su Hijo amado", ¡nuestro Señor Jesucristo! Además, es por eso, que muchos males han llegado a tu vida, de una manera u otra "para hacerte todo el mal posible en tu vida y en la vida de los tuyos, también", para que niegues a Dios y a su Hijo amado en tu corazón, y "entonces así mueras en las tinieblas de sus mentiras", para siempre. Pero el plan de Dios "de volverte a dar vida en abundancia es firme", no sólo en la tierra, sino también en su nuevo reino celestial, como en el paraíso, como en La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo. Y, es por esta razón, que nuestro Padre Celestial "lucha día y noche por la santidad infinita de tu alma", la cual la preserva, muy bien guardada, como su mismo nombre sagrado en el altar sagrado del corazón de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo. Porque nuestro Señor Jesucristo "no sólo es el Árbol de la vida, sino también es el Templo para salvaguardar de todo mal: el nombre sagrado de nuestro Padre Celestial y la vida santísima de sus ángeles y de su humanidad infinita, en el cielo y en la tierra, también", eternamente y para siempre. Entonces "nuestra santidad celestial e infinita" de nuestras nuevas vidas eternales, en la tierra y en el paraíso: "está salvaguardada con el nombre sagrado de nuestro Padre Celestial en el corazón y en la sangre bendita de su Hijo amado", nuestro Señor Jesucristo. Es por esta razón, que "la sangre del Señor Jesucristo tenia que ser derramada sobre la cima de la roca eterna de Dios", en las afueras de Jerusalén, en Israel, "para que el nombre y su santidad infinita se riegue por toda la tierra", para tocarte a ti y a los tuyos, como hoy mismo y como siempre, por ejemplo. Para que "el espíritu del nombre de nuestro Dios derrame más de su misericordia infinita", para perdonar y sanar, para bendecir y dar vida en abundancia a los que viven en la tierra y para los que viven en el polvo de la tierra, como de los que fueron y de los que han de ser en las generaciones venideras. Y "el espíritu del nombre de nuestro Padre Celestial" que ha existido en perfecta santidad, en el corazón de su Hijo amado, desde los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros días: "va por todo el mundo", por los poderes del evangelio infinito, "para declarar que todos son santos en él", gracias a nuestro Señor Jesucristo, ¡el Mesías Divino! Y sí, hoy en día, el nombre bendito y sumamente milagroso de nuestro salvador Jesucristo ha entrado en tu corazón y en tu hogar, por ejemplo, mi estimado hermano y mi estimada hermana, ha sido por voluntad perfecta de nuestro Dios, "para recordarte que tú has salido de su corazón y de su alma santísima", por lo tanto, "eres santo". "Eres santo para su nueva gloria infinita", en la tierra y en su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo: "para que vivas con él y con sus huestes angelicales", siempre gozando día y noche de las bendiciones de la nueva existencia celestial e infinita, de su único y gran reino colosal del más allá. Entonces si Lucifer te ha vuelto a mentir, "ha sido para hacerte creer" que tú no has descendido del cielo, del corazón, de la mente, de las fuerzas, del alma, de la vida y del Espíritu de Dios, sino de algún animal salvaje de la tierra, como del mono por ejemplo. Y Lucifer te miente así a tu corazón y a toda tu alma viviente, también, "para que jamás retornes a tu lugar de origen", como de tus primeros pasos, y "en donde por vez primera respiraste vida", la misma vida de Dios y del reino de los cielos. Es por eso, que tu corazón, tu alma y todo tu cuerpo espiritual y corporal "no conocen ninguna otra vida" en todos los lugares de la tierra, "que no sea la del cielo", como la de su Hijo amado, por ejemplo, ¡el único Árbol de la vida eterna! En verdad, "Lucifer sólo quiere que tú desciendas aún más abajo de la tierra", como al mundo de los muertos, "en donde habitan las almas perdidas de los antiguos", por no haberle creído jamás en sus corazones, ni confesaron con sus labios su nombre sagrado, por medio del espíritu de fe, el nombre glorioso de su Hijo amado, ¡nuestro Jesucristo! Pues todos ellos están muertos, "porque las mentiras y calumnias de Lucifer", como quieran que hayan llegado a sus vidas, si las creyeron o no, "aún los siguen destruyendo, los siguen matando", y no dejaran de atormentarlos día y noche por los siglos de los siglos, hasta que no quede nada de ellos, para siempre. "Pero los que han creído a Dios y a su declaración infinita de que son santos", para su corazón sagrado, para su alma bendita, para su Espíritu Santo y para sus manos gloriosas: "entonces viven desde ya". "Viven eternamente" desde el momento que creyeron en sus corazones y confesaron con sus labios su nombre sagrado e infinitamente salvador, no sólo en la tierra, sino también en el paraíso y en la nueva vida celestial de La Nueva Jerusalén de Dios y de su gran rey Mesías, ¡el Cristo! Por eso, "el que ama a su Dios y Creador de su vida" en la tierra y en la eternidad venidera: "entonces también ama a su fruto de vida eternal", a su Hijo amado, nuestro salvador celestial, ¡el Señor Jesucristo y su sangre sumamente milagrosa! Es decir, "que el que ama a su Dios y Creador de su vida", por medio del espíritu de fe, del nombre glorioso de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, "entonces su nombre es escrito en el reino de los cielos", por los ángeles. Y "el nombre" de aquel hombre, mujer, niño y niña de la fe, del Señor Jesucristo "es escrito en el libro de la vida", porque día y noche el espíritu de la sangre del Señor Jesucristo "lo declara santo, santo e infinitamente santo delante de Dios", de su Espíritu Santo y de sus huestes angelicales del reino de los cielos. Por ello, "sólo la sangre del Señor Jesucristo clama por ti" día y noche delante del altar de Dios, "y más no ha dejado de clamar por ti, tampoco", desde el día de tu creación en las manos de Dios, en el cielo y hasta nuestros días, para que despiertes a una vida mejor y sumamente gloriosa, sólo en Cristo. Es por esta razón, que nuestro Padre Celestial te ha entregado a su Hijo amado y con toda su santidad perfecta, también, para que seas declarado santo y digno para creer en su nombre sagrado e invocarlo con tus labios, en la tierra y en el paraíso, también, eternamente y para siempre. Porque "sólo Jesucristo es tu santidad perfecta y nada más", para alcanzar el perdón, sanidad, bendiciones y la vida eterna con sus muchas riquezas de glorias infinitas, desde hoy mismo y para la eternidad venidera. SÓLO LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO NOS LIBRA DEL PECADO Nuestro Padre Celestial "habla de nosotros" día y noche a sus ángeles y a sus diversos seres muy santos que lo rodean, desde siempre para honrar su nombre sagrado y muy glorioso, en todos los lugares del reino de los cielos. Y "él mismo les confiesa que somos santos", por la fe infinita que siente por la obra suprema de su Hijo amado y, además, por que nos ha formado en sus manos santas para gloria de su nombre eterno, en el paraíso, en la tierra y así también para su nueva vida venidera, de su nuevo reino celestial. Y "ésta santidad", por la cual nuestro Padre Celestial siempre habla de cada uno de nosotros, en nuestros millares, de todas las familias de la tierra y delante de sus miles de ángeles "es sumamente perfecta e infinitamente gloriosa", como la santidad de su Hijo amado, ni más ni menos, "el fruto del Árbol de la vida eterna del cielo". Y "como ésta santidad celestial no hay otra igual", en el cielo con sus ángeles, ni en la tierra con sus hijos e hijas, de todos ellos, de todas las razas, pueblos, linajes y reinos, de los cuales invocan su nombre sagrado día y noche entre las naciones de la tierra. Porque desde el día que Adán peca delante de Dios, al no comer de su fruto de vida eterna, "entonces la sangre" de corderos, de machos cabríos, de ovejas y de toros "no ha dejado de correr por toda la tierra, para santificar la vida del hombre" y de todas las cosas de Dios. Como por ejemplo, "declarar sagrado y libre de contaminación de pecado infinitamente" cada uno de los utensilios de los lugares santos y del lugar santísimo del Tabernáculo celestial y terrenal, visitado una vez al año por el sacerdote humano en oficio, del año en curso, como en los días de la antigüedad de Israel, en el desierto de Egipto. Y "por el sacrificio" de animales y de sus sangres que se derramaban por la tierra, desde el altar del SEÑOR "nos llamo santos para él y para su nueva vida infinita del nuevo reino venidero", en el más allá, pues entonces por la misma sangre eterna de su Hijo amado: ¡Cuánto más somos santos, desde hoy mismo en adelante! En verdad: ¡cuánto más la sangre del Señor Jesucristo, quien mediante el Espíritu de la misma vida eterna se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, sobre la roca eterna en las afueras de Jerusalén, en Israel, para limpiar nuestras mentes de las obras muertas para servir al Dios del cielo! Entonces "somos limpios y libres" de los males de las mentiras y de las maldades terribles del pecado de Lucifer y de sus ángeles caídos, "por los poderes sobrenaturales de la sangre del Cordero", el Hijo de David, el Mesías, para servirle a nuestro Dios en el espíritu y en la verdad de la santidad de su misma voluntad perfecta. Por lo tanto, "es la misma sangre sagrada del Señor Jesucristo"" y no la de machos cabríos, ovejas, vacas, toros y demás animales de sacrificio, "la que nos limpia del pecado y de los mismos poderes de la muerte del más allá", como del infierno y del lago de fuego, por ejemplo, para entonces vivir infinitamente desde hoy para Dios. Realmente, "somos santos" para nuestro Creador: "porque esa misma sangre derramada" sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel: "aún vive", lo creas o no en la tierra y en el paraíso, para bien de muchos y para gloria de Dios sobre las tinieblas del enemigo. Es más, "la sangre del pacto eterno no ha muerto, ni morirá jamás", por lo tanto, "aún vive por nosotros" mucho más que antes y con mayores bendiciones de glorias y de santidades perfectas, por amor al Mesías y a nuestro Padre Celestial que están en los cielos. Porque "cada uno de los sacrificios de sangre que Adán", como Abel su hijo y todos los demás, en sus millares, en muchos lugares de la tierra, "ofreció a Dios para perdón de sus pecados"", fue realmente "símbolo de la misma sangre del Señor Jesucristo", para perdón de pecados y para la eternidad venidera del nuevo reino celestial. Es decir, también, que "cada sacrificio de sangre ofrecido" por el hombre para cubrir sus pecados, faltas y culpas, "era símbolo o en lugar del mismo espirito de vida eterna de la misma sangre viviente del Cordero Escogido de Dios", nuestro salvador delante de Dios, en el paraíso, en la tierra y en el nuevo reino venidero, ¡el Señor Jesucristo! Declaración de santidad celestial y firme: "Toda sangre derramada sobre los altares del SEÑOR", en todos los lugares de la tierra, "era símbolo perfecto de la sangre que nuestro Señor Jesucristo" derramaría en su día y sin más tardar sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén. Porque "todo lo que Dios ha hecho" en el cielo y en la tierra con el hombre, como con su Hijo amado en Israel y en las afueras de Jerusalén, "ha sido para establecer la nueva vida infinita" de La Nueva Jerusalén Celestial y de la Ley de Dios y de Moisés, en el nuevo reino venidero. En otras palabras, "todo lo hizo nuestro Señor Jesucristo" por amor infinito a nuestro Padre Celestial que está en los cielos y por cada uno de sus ángeles, hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, "para por fin darle vida inmortal" al espíritu de la Ley Eternal y a La Nueva Jerusalén Santa e infinitamente y perfecta del cielo. Es por eso, que cada uno de nosotros "ha sido declarado por está misma sangre" y no por ninguna otra (sangre) en la misma tierra de Israel: "Santos para nuestro Padre Celestial, para su Ley y para su Árbol de la vida, en la tierra para posteriormente entrar, como desde hoy, a la nueva vida infinita del nuevo reino celestial". Dado que, "sin el espíritu de la sangre del Señor Jesucristo" ofrecido delante de él, entonces nuestro Padre Celestial "no oía la oración" de ninguno de ellos, por más que orasen, levantasen ídolos e hiciesen toda clase de sacrificios (y aún hasta con sus propias vidas, aunque no lo creas así, pero cierto). Porque "era solamente por medio del Espíritu Eterno de la sangre del Señor Jesucristo que Dios oía las oraciones" de Adán, Abel y de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, como desde los primeros día de vida del hombre en la tierra y hasta nuestros días, por ejemplo. Y fue por esta razón, que "cada uno de los sacrificios de sangre ofrecidos a Dios", entonces "tenia que ser formado en el espíritu salvador de la sangre de su gran rey Mesías, el Hijo de David", el Cristo, para que "Dios atienda a su llamado y sane sus vidas y también sus tierras", en todos los lugares del mundo. Es decir, para que entonces "Dios mismo comience a obrar para bien de cada uno de ellos", en todos los lugares de la tierra y en el paraíso, también, y así nadie caiga en el poder terrible de la mentira y de la maldad de su pecado, ni del pecado de nadie, peor en algún pecado escondido de Lucifer. Porque la verdad es que "Lucifer no ha cesado" de mentir", de engañar, de matar, de robar, de destruir y, claro, de pecar aún mucho más que antes y terriblemente "en contra de Dios y de su Hijo amado", ¡el Señor Jesucristo!, en los corazones de los pecadores y de las pecadoras del mundo entero. Es por esta razón, que "la verdad y la justicia de Dios son muy importantes en nuestros corazones" y en nuestras almas vivientes día y noche y hasta que entremos de lleno a la nueva vida infinita del nuevo reino celestial, de Dios y de su gran rey Mesías Celestial, ¡el Cristo! De otra manera, "sin el espíritu de la vida de la sangre" del Señor Jesucristo ofrecida a Dios, por medio de machos cabríos, novillas, ovejas o toros: "entonces el pecado no era removido de la vida del pecador o de la pecadora", por tanto, tenía que morir irremisiblemente por su culpa, por su mentira, por su maldad delante de Dios. Y "todo hombre", mujer, niño o niña de toda la tierra, que hoy en día, por ejemplo, "no implore al Creador de su vida", por medio del espíritu de vida de la sangre viviente, del Cordero Escogido, el Señor Jesucristo, entonces "no podrá jamás gozar de su perdón eterno", por sus culpas, por sus pecados y por sus muchas maldades. Es decir, "que aquel corazón sin la bendición" del Señor Jesucristo en su alma y en todo su cuerpo humano: "entonces está muerto" delante de Dios, aunque aún esté vivo, viviendo su vida normal en cualquier lugar de la tierra; así como el que no pueda vivir en el paraíso está muerto igual, para Dios y para su Árbol de vida. Porque "todo aquel" que no confiesa con sus labios, ni cree en su corazón, en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, "entonces ha muerto" para nuestro Padre Celestial que está en los cielos, "porque el espíritu de la sangre viviente, de la vida eterna no está" en él o en ella. Y es por eso, que Adán y Eva comenzaron a morir, como todos sus hijos e hijas, hoy en día, en todos los lugares de la tierra, por falta del nombre del Señor Jesucristo en sus corazones y en sus vidas, también, por ejemplo. Es decir, también, "que sí el Espíritu de la sangre viviente del Señor Jesucristo no está en el corazón, ni en los labios" del hombre, de la mujer, del niño o de la niña: "se oye afirmar entonces que no es santo para el Dios de su nueva vida infinita", en la tierra, en el paraíso ni en el nuevo reino celestial. Porque "es el Espíritu de la sangre viviente del Señor Jesucristo", por quien nosotros creemos en nuestros corazones y confesamos con nuestros labios, "es lo que realmente nos declara santos para Dios, en la tierra y así también en el paraíso" para posteriormente entrar, como hoy mismo, a la nueva vida infinita, de La Jerusalén Celestial y Gloriosa del cielo. Entonces "es el Espíritu de la sangre" de la misma vida eterna del Señor Jesucristo "que nos declara santos, tan santos y justos como los ángeles del cielo y como nuestro mismo salvador", como cuando vivía en Israel o en el paraíso, también, por ejemplo, "únicamente desde el momento que creemos en su gran obra sobrenatural y para la eternidad". Es decir, también "de que sí tú le declaras santo" a tu Dios y a su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en tu corazón y en toda tu alma viviente, "entonces recíprocamente Dios mismo y con su Espíritu Santísimo te declarara santo delante de sus huestes angelicales", del reino de los cielos. Y "sí lo niegas a él", como tu Dios y como Creador de tu vida "y así también niegas a su Hijo amado", como el salvador de tu alma viviente, "entonces Dios mismo te negara delante de sus ángeles celestiales" en el reino de los cielos, para vergüenza eterna de tu alma infinita, en la nueva eternidad venidera. Y "esto será un mal terrible", del cual ya no hay salida o escape alguno para ti, ni para ninguno de los tuyos, ni de nadie en todos los lugares de la tierra, ni hoy ni nunca. Porque el que niega a Jesucristo, el Mesías antiguo del paraíso o de Israel de la antigüedad y de siempre, entonces no es santo para su Dios, ni tiene vida eterna, en su corazón ni en toda su alma infinita, también, para siempre. Es por eso, que "es mejor confesar la verdad y la justicia de Dios", el cual es el mismo espíritu de vida de la sangre sagrada de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, "viviendo ya en nuestros corazones por inicio propio", de nuestro Dios y de su Espíritu Santo, para que seamos "declarados santos inmortalmente", para pronto reingresar al paraíso. Porque par esta razón, nuestro Padre Celestial nos ha entregado a su Hijo amado, para que regresemos al paraíso, no con el pecado de Adán o de siempre, sino con la más sublime santidad de su Árbol de la vida, nuestro único salvador celestial, el gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo! NUESTRO PADRE CELESTIAL PERFECCIONA A NUESTRO SALVADOR ETERNO, POR MEDIO DEL SUFRIR DE NUESTROS PECADOS Es decir, que el Señor Jesucristo "siente nuestros pecados" mucho más que nosotros mismos, "cada vez que pecamos" delante de él y de nuestro Padre Celestial que está en los cielos. Y esto "ofende a nuestro Padre Celestial y a su Espíritu Santo", pero nos perdona: "si confesamos nuestros pecados, "en el espíritu del nombre y de la sangre viviente", de nuestra única santidad infinita en la tierra y en el cielo, ¡ nuestro Señor Jesucristo! Es por eso, que nuestro Padre Celestial "envió primero a su Espíritu Santo y luego a su Hijo amado al mundo", para nacer como hombre Mesías "y así entonces vivir la vida perfecta" del paraíso o de La Nueva Jerusalén Celestial, "la Ley única y honrosa de Moisés y de Israel", por ejemplo, en todos los rincones de la tierra. Porque "seria sólo viviendo la Ley del cielo en la tierra sagradamente, la que pondría fin al pecado" de todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel: "de acuerdo al plan de Dios, para cumplir toda justicia celestial". Entonces "le conformaba a nuestro Padre Celestial en su corazón sagrado",--por causa de quien y por medio de quien todas las cosas viven-- "perfeccionar al artífice de la salvación de la humanidad entera", por medio de los sufrimientos, "para conducir a muchos hijos a la nueva gloria celestial" de la nueva Jerusalén Inmortal, del más allá. Puesto que, "tanto el que santifica como los que son santificados por el SEÑOR", realmente "todos provienen de un sólo Dios y Creador de sus nuevas vidas eternas" en la tierra y en el paraíso, también. Por ejemplo, Cristo declaro santidad suprema, porque había salido del Padre, pues así también el hombre de toda la tierra, "salio de Dios", en el día de su creación, de la vida, de la imagen y conforme a su semejanza divina en las manos de Dios, en el cielo, por lo tanto, es un ser viviente y sumamente santo. Y "él es nuestro único Dios y Padre Celestial" que vive en los cielos, "para continuar por siempre dándonos de su vida", de su imagen, de su semejanza, de su salud y de sus muchas y ricas bendiciones de su nuevo reino celestial, por ejemplo. Porque "todas las cosas viejas han pasado e aquí todas son hechas nuevas delante de nuestro Padre Celestial", por los poderes sobrenaturales de la sangre del pacto eterno de su Hijo amado, "para bien infinito de cada uno de sus ángeles y de los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera", en todos los lugares de la tierra. Además, nuestro Padre Celestial "ha hecho maravillas, milagros y hasta prodigios en los cielos y en la tierra", porque "cada uno de nosotros es descendencia directa de Él mismo, el Fundador del cielo y de toda la tierra", y más no de animales, como muchos aseguran, por ejemplo, desde mucho tiempo atrás. Porque "en el día que nuestro Padre Celestial nos levanto de las profundas tinieblas de la tierra, entonces fue con su diestra poderosa", para moldearnos en su imagen y conforme a su semejanza celestial, "para que ya no seamos tinieblas sino luz radiante de su nuevo cielo infinito", con mayor luz que las estrellas brillantes de nuestra inmensidad, por ejemplo. Ahora esta luz, "no es una luz cualquier, como las estrellas en el firmamento o como en sus ángeles del cielo", en sus diferentes rangos de gloria y de poder sobrenatural, o de la tierra, de nuestros tiempos, por ejemplo, sino que "es una luz infinitamente mayor que todas las que existen ya". Y "esta luz es realmente la misma luz viviente de su Hijo amado", nuestro Señor Jesucristo, "la que nuestro Padre Celestial le ofreció primero a Adán y luego a Eva", en el paraíso, para que vivan y no mueran jamás en las tinieblas del enemigo eterno de sus vidas, Lucifer y sus mentiras. Es decir, también, que nosotros "somos de la luz del Señor Jesucristo", porque así nuestro Dios lo quiso que fuese en el día de nuestra creación, en sus manos sagradas, en el reino de los cielos y más no en las profundas tinieblas de la tierra, de hoy en día y de siempre, por ejemplo. Y cada uno de nosotros "ha descendido de la luz del cielo", del Árbol de la vida eterna, el Señor Jesucristo, "para alumbrar sobre todas las tinieblas del enemigo", en el nombre sagrado de nuestro Dios y SEÑOR eterno de nuestras nuevas vidas infinitas, "para hacer de la tierra" y de su humanidad eternal: un paraíso terrenal y celestial, también. Por esta razón, "nuestro Dios permitió que Adán y así su linaje", también, descendiera sobre la tierra, "para que luego su Hijo amado, como luz mayor, la luz de la vida eterna", entonces reine no sólo en cada uno de nosotros, sino también en todos los lugares de la tierra, "para redimir al mundo entero para su nueva gloria infinita". Por ello, el Señor Jesucristo "jamás se avergonzó de llamarnos sus hermanos, ni menos se avergonzó de morir por nosotros para luego resucitar", en el paraíso, y en el Israel, de nuestros días y de siempre, para darle vida a toda la tierra. Es por eso, que las escrituras declaran que "Dios amo al mundo para salvarlo para él", que dio a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, para que todo aquel que confiese su santidad infinita, entonces viva y no muera jamás, en el fuego eterno del infierno. Y "cuando el Señor Jesucristo nos llama sus hermanos", entonces lo hizo por los poderes sobrenaturales de su propia sangre eterna, "la cual clama por cada uno de nosotros", para Dios y para su nuevo reino celestial, "desde mucho antes de la fundación del cielo y de toda la tierra". Porque "es el espíritu viviente de la sangre eternal", de nuestro único posible Cordero de bendición y de salvación infinita de nuestras almas vivientes, "la que clama día y noche por cada uno de todos nosotros", para que seamos redimidos de nuestros males eternos, en la tierra y así también en del más allá, como del poder del infierno. Por lo cual, la sangre del Señor Jesucristo "no ha cesado de clamar por nosotros delante de Dios y de su Espíritu Santo", porque es nuestra única y verdadera vida, por la cual fuimos creados del polvo de la tierra, en el comienzo de todas las cosas. Entonces "la sangre viva del Señor Jesucristo es nuestra única vida eterna" y, por tanto, "viene a nosotros día y noche" como lluvia, sobre la tierra y así también en el paraíso y en La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo, "para que sanemos de nuestros males eternos y vivamos para nuestro Dios vivo" que está en los cielos. Es decir, para que muy pronto, si no de hoy en adelante, entonces "nosotros comencemos a darle glorias y honras de santidades celestiales e infinitas a nuestro Padre Celestial" que está en los cielos, para gloria y para honra eternal de su nombre santo, así como los ángeles lo alaban y lo honran día y noche y por siempre. Además, "todas estas glorias y honras de santidades infinitas", jamás alcanzadas por los ángeles del cielo, "viven en nuestros corazones y en nuestras almas eternas", pero no se levantaran al cielo, sí la sangre del Señor Jesucristo no es recibida en nuestros corazones y glorificada con nuestros labios, por ejemplo, delante de Dios y de su Espíritu Santo. Es por eso, que "el espíritu de la sangre clama" por nuestro perdón de pecados y por la liberación infinita de nuestras almas, de los poderes terribles de las profundas tinieblas de las mentiras, maldades y acusaciones de muertes eternas, de Lucifer y de sus ángeles caídos, "desde los días del paraíso y hasta nuestros días en la tierra". Es decir, también, que "el espíritu de vida de la sangre del Señor Jesucristo clama y llora" por cada uno de nosotros, "como el Señor Jesucristo mismo clamo, sufrió y lloro por nosotros sobre el madero de la roca eterna de Dios", en las afueras de Jerusalén, no tanto por el dolor del pecado, sino "para que vivamos en su santidad". Porque "cada clamor y lagrima de nuestro salvador celestial", el Hijo de David, el Señor Jesucristo, "fue por la salvación perfecta de cada uno de nuestros corazones y de nuestras almas infinitas", en la tierra y así también, en el paraíso para muy pronto entrar, si no es ya, a su Nueva Jerusalén del cielo. Y "ese clamor y lagrimas de nuestro Mesías celestial fue para que volvamos a nacer", como los dolores del parto de una madre por sus hijos, no en la carne de pecado, "sino en su carne soberanamente sagrada y con los poderes sobrenaturales del Espíritu Santo" de nuestro Padre Celestial que está en los cielos, por ejemplo. Puesto que, para entrar a la nueva vida inmortal de La Nueva Jerusalén de Dios y de su Árbol de la vida eterna, entonces "uno tiene que volver a nacer para la nueva eternidad celestial e infinita del más allá". Y "si creemos en el Señor Jesucristo", entonces "volveremos a nacer de la carne del Mesías y del Espíritu Santo" para nuestro Dios y para su nombre santo, para que ya no vivamos más en las tinieblas de nuestras muertes perpetuas, sino que vivamos en la luz divina, la del Árbol viviente, para la nueva vida inmortal del nuevo reino celestial. Dado que, en el nuevo reino de los cielos, así como en el paraíso o como en La Nueva Jerusalén Celestial, "no hay tiniebla alguna", sino sólo la luz del Árbol de la vida eterna en nuestros corazones y en los corazones de los ángeles del cielo, igual, por ejemplo. Es decir, que "no hay pecado alguno en la tierra sagrada y de nuevos cielos eternales, porque hemos vuelto a nacer del Espíritu de Dios", por tanto, sólo hay amor, gozo, paz, felicidad, santidad, gloria y bendiciones de milagros, maravillas y de prodigios infinitos de nuestros corazones y del nombre del Señor Jesucristo, para nuestro Dios y para su Espíritu Santísimo. En verdad, "todos somos hermanos" delante de Dios y de sus huestes angelicales, "siempre comiendo y bebiendo de la misma comida y de la misma agua de vida y de salud infinita de su Espíritu Santo y de sus ángeles eternos", nuestro Señor Jesucristo. Y, entonces, "hemos de ser libres" eternamente y para siempre para nuestro Padre Celestial, "porque hemos sido declarados santos y libres de toda contaminación de pecado", por el mismo espíritu de vida y de salud eterna de la sangre sagrada del pacto eterno, entre Dios y el hombre de la tierra, nuestro único Árbol de la vida, ¡el Mesías Celestial! Es por eso, que la palabra del evangelio del espíritu de la sangre viviente y activa del Señor Jesucristo "viene día y noche, a tiempo y fuera de tiempo", para que nosotros la oigamos y la aceptemos en nuestros corazones, en nuestros espíritus y cuerpos humanos, en todos los lugares del mundo, en donde vivamos con los nuestros, por ejemplo. Y con el espíritu de ésta sangre sagrada "es que realmente tenemos acceso al cielo", a todas horas del día y de la noche, a la misma presencia sagrada de nuestro Dios "para hablar con él", para pedirle que nos ayude y nos bendiga en todas las cosas que suelen influir nuestras vidas, en todos los lugares de la tierra. Por ejemplo, podemos pedirle al SEÑOR, en el nombre milagroso de su Hijo, no sólo que nos perdone nuestros pecados, sino que también "destruya las artimañas del enemigo diariamente", para que seamos libres para vivir y crecer siempre en nuestras vidas, en todos los lugares de la tierra, "para servicio y gloria infinita a él y a su nombre sagrado". Porque "si hemos sido declarados santos por el espíritu de la sangre viviente de su Hijo amado", entonces "tenemos que permanecer en santidad y libre de los males" del enemigo y de sus ángeles caídos, para que no contaminen nuestras vidas con las tinieblas de siempre, como en los días cuando no conocíamos a Cristo, en nuestros corazones. Cómo Adán y Eva, por ejemplo, cuando vivían en el paraíso y, aún así, "no conocían a su fruto de vida y de salud eterna" para sus corazones y para sus almas vivientes, el Árbol de la vida, nuestro gran rey Mesías terrenal y celestial, ¡el Señor Jesucristo! Entonces "necesitamos que nuestro Padre Celestial y su Espíritu Santo nos guarden" de todos estos males del pasado en la tierra y así también en la nueva eternidad venidera del paraíso y del nuevo reino celestial de Dios y de sus huestes angelicales. Es por eso, que hoy más que nunca "aceptamos al Señor Jesucristo en nuestros corazones y en nuestras vidas cotidianas", para que todos los esfuerzos que nuestro Padre Celestial y su Espíritu Santo han hecho a través de los siglos: para perdonarnos, santificarnos y salvarnos, por la vida y el sufrir de nuestro Jesucristo, entonces no sea en vano jamás. Si, porque hemos sido declarados santos: la obra final de santificación eterna de nuestras almas infinitas, en la tierra y en el cielo, es, ni más ni menos, nuestro Señor Jesucristo, eternamente y para siempre, delante de nuestro Dios y de su Espíritu Santo. DAMOS GRACIAS A DIOS POR HABERNOS ESCOGIDO PARA SU SALVACIÓN "Sólo nuestro Padre Celestial nos pudo haber redimido de todos los males del pecado del paraíso y de la tierra", de nuestros días y de siempre, "por los poderes sobrenaturales de su Espíritu Santo y de su Árbol de vida eterna", su Hijo amado, el Mesías prometido para La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del nuevo reino venidero. Pues "estábamos eternamente perdidos en nuestros delitos y pecados", porque Adán había pecado terriblemente, volviéndose inmoral delante de Dios, al pecar por vez primera sin saber lo que hacia (o decía), en contra de la Ley Infinita del paraíso. Ya que, "después de haber gustado del pecado" del fruto prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del mal: "entonces ya no podía retractarse de lo que había hecho", sino que moría infinitamente, igualmente su linaje eternal, de todas las razas, familias, pueblos, tribus y reinos de la tierra y en toda la inmensa creación de Dios. Y desde aquel día en adelante "todo era sólo tinieblas tras tinieblas en nuestros pasos por el paraíso y en nuestros pasos en todos los lugares de la tierra", también, eternamente y para siempre; en verdad, "sin el Mesías en nuestras vidas, entonces caminábamos día y noche en las mismas profundas tinieblas del más allá", para fenecimiento de nuestras almas. Es más, "en nosotros no había luz alguna", salvo "cuando pensamos en nuestro Dios" y Fundador Celestial de nuestras vidas. Es por eso, que nosotros "debemos de dar gracias a nuestro Dios siempre por ustedes", mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, "por ser muy amados del Señor Jesucristo, ya que lo demostró clavado sobre los árboles secos de Adán y Eva para ponerle fin a sus pecados y darles vida en abundancia", en la tierra y en el paraíso. Porque la verdad es que "Dios mismo los ha escogido desde el principio de la fundación del cielo y de la tierra para salvación", es decir, "para ser declarados por la santificación del Espíritu Santo y fe", en la verdad celestial de su corazón sagrado, sólo posible en creer en el Señor Jesucristo, de que "son linaje de Dios infinitamente". Porque la verdad es en el cielo y así también en la tierra, de que "nuestro Padre Celestial no tiene otro linaje igual que el hombre"; y "esto es algo que no se puede decir jamás de los ángeles del cielo", porque ninguno de ellos fue creado jamás, para ser exactamente como Dios o como su gran rey Mesías Celestial. Ya que, la mentira de Lucifer era de hacerles creer a todos, que "no somos linaje de Dios", sino descendientes de algún animal salvaje de la tierra o aún peor, de hasta descendientes irracionales del mismo infierno, por ejemplo. Y "esto Lucifer lo ha hecho así", desde mucho tiempo atrás en los corazones de gentes "para alejarlos cada vez más de Dios y así no lleguen a conocerlo jamás en sus vidas", para recibirlo en sus corazones y adorarlo por siempre con sus labios y con su espíritu humano, por ejemplo, "como es fundamental hacerlo así para vivir infinitamente". Y de esta manera "ellos jamás comerían, ni menos beberían del fruto del Árbol de la vida", para entonces perpetuar las tinieblas del más allá en sus corazones eternos, para que finalmente mueran y caigan en el fuego eterno del infierno, "para jamás volver a la vida eterna del paraíso, ni de La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo". "Lo que realmente Lucifer desea con todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera", es lo mismo que deseo hacer con Dios y con sus ángeles fieles a él y a su nombre santo, sin jamás lograrlo en el día de su rebelión angelical, es decir, para que no amen a su Dios por medio del Señor Jesucristo. Y "el mal que le hizo Lucifer" a muchos ángeles del reino, entonces "sólo fue con aquellos que realmente no sentían amor ni respeto alguno por Dios, ni por su Hijo amado", su único Árbol de la vida eterna del cielo y de toda la creación celestial para todo ser viviente. En verdad, "éste es un mal terrible", del cual nuestro Padre Celestial jamás ha deseado para ninguno de sus seres creados del cielo y de toda la tierra, también, sino todo lo contrario. Porque en el día que una tercera parte de los ángeles del cielo se perdieron, "fue porque creyeron a las mentiras de Lucifer", de que podía exaltar su nombre inicuo más alto que el nombre del Señor Jesucristo en sus corazones y en todas sus vidas angelicales, para siempre. "Algo que era muy difícil lograrlo", sin embargo, muchos de los ángeles creían que lo podía lograr, por su sabiduría y por su grandeza espiritual, en la cual Dios mismo lo había formado con el poder sobrenatural de su palabra y de su nombre santo también, en los lugares muy altos del cielo, como ángel guardián de su nombre sagrado. En realidad, "Lucifer fue el arcángel más poderoso que nuestro Padre Celestial jamás había formado con su palabra", que más sabio, poderoso y glorioso y hasta perfecto no lo podía constituir o amoldar para servicio a él y "para gloria de su nombre sagrado, en los corazones de todos los ángeles del cielo". Y "como Lucifer era mayor que los ángeles del cielo", por muchas razones, además de gloria, santidad, sabiduría y honra, "entonces deseo ser honrado y exaltado al igual que Dios mismo y el Árbol de la vida": algo de muchísimo miedo insondable, porque el pecado nacía en el corazón de Lucifer y de sus huestes angelicales, de gran impureza espiritual. Por cierto, "algo muy terrible el pecado de Lucifer y jamás vivido en el reino celestial por Dios", ni por su Hijo amado, ni por su Espíritu Santo, ni por sus ángeles muy fieles a él y a su nombre bendito, desde la antigüedad y hasta aquellos días terribles y de gran peligro para todo ser lleno de vida. Porque "todos son santos", e infinitamente santos en la tierra sagrada del reino de los cielos, sin hacer excepción alguna con ningún ángel sagrado del más allá, por ejemplo, como arcángeles, querubines, serafines y demás seres santos del reino. En verdad, "la santidad del Árbol de la vida es primera en el cielo", y sin santidad nadie puede vivir, ni menos tener comunión con Dios, ni con ninguno de sus ángeles celestiales, ni menos comer ni beber de la fuente de la vida eterna del reino de los cielos, Jesucristo. Entonces "cuando el pecado nace", en el corazón de Lucifer y de sus ángeles seguidores, "la ira de Dios nace también para finalmente destruir al pecado", no sólo en el reino de los cielos sino en el resto de la creación celestial, como la tierra y hasta también como en el infierno y como en el lago de fuego, también. Porque "el infierno" y así también el mismo fuego eterno del lago de fuego "desaparecerán por los poderes sobrenaturales de la santidad de Dios y de su Hijo amado", el Señor Jesucristo, en cada uno de nuestros corazones y de nuestras almas vivientes, también. Es por esta razón, que "el Señor Jesucristo le confeso" al ángel de la muerte, cuando le dijo: --"Muerte, yo soy tu muerte". Es decir, que el Señor Jesucristo es la muerte de todo ángel rebelde, como Lucifer y sus muchas mentiras, llenas de calumnias, maldades, injurias, impurezas, blasfemias, inmoralidades, indecencias, obscenidades, vulgaridades, inmundicias, contaminaciones, corrupciones, depravaciones, escándalos, en fin todos los pecados habidos y por haber, en la tierra. Pues así también "con el infierno y con el lago de fuego" en el fin de todas las cosas, en el más allá, "dejaran de existir eternamente y para siempre", para que nuestro Padre Celestial y para su linaje divino de su humanidad infinita y de ángeles, para que entonces vivan felices para siempre, en la nueva patria celestial. Ahora, en estos conflictos terribles de ángeles caídos y de Dios por honrar y exaltar el nombre y la vida gloriosa del Árbol Divino, el gran rey Mesías del reino celestial, del paraíso, de la tierra, de nuestros tiempos y de La Nueva Jerusalén Infinita del más allá, "entonces Dios se ve obligado a crear un nuevo ser eterno". En este día de nuestra prehistoria humana, tú, mi estimado hermano y mi estimada hermana, fuiste creado en las manos de Dios, para posteriormente nacer en la tierra y así entonces "volver a nacer, en el espíritu de la sangre sagrada del Señor Jesucristo", en un día como hoy, para la nueva vida de La Nueva Jerusalén Sagrada del cielo. Es decir, "que el verdadero nacimiento" del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de todas las naciones de la tierra, "es en el cielo y no tanto en la tierra", como mucho pensamos o afirmamos cada vez que celebramos el día de nuestro cumple años; realmente "somos seres celestiales y del Árbol de la vida eterna". Y como nacidos "o retoños" del Árbol de la vida eterna del paraíso, entonces nuestro Señor Jesucristo vino a rescatar lo que se había perdido, para entregárselo al nuevo reino de Dios, en los cielos, sin mancha del pecado sino lleno de su propia santidad celestial e infinita. Un buen ejemplo de todo esto "es el mismo Señor Jesucristo", tal cual como la escritura nos lo revela, por boca de sus ángeles, de sus patriarcas, de sus profetas y de su Espíritu Santo, por ejemplo. Porque "los primeros pasos de vida de nuestro Señor Jesucristo son desde la eternidad y hasta la eternidad"; es decir, que nuestro Señor Jesucristo, el Árbol de la vida eterna del paraíso y de la humanidad entera, en toda la tierra, "siempre ha existido con Dios y con su Espíritu Santo, en cada uno de nosotros y de sus ángeles". Entonces "el ser humano también es celestial y con el potencial de ser convertido en un ser muy santo, tan santo como su mismo Creador" y como su misma alma santísima y como sus mismas manos sagradas, para su nueva vida infinita de su nuevo reino celestial, en donde todo es amor, paz, gozo, felicidad y bondad eterna entre todos. Y es por esta razón, que te estoy diciendo, de que "este ser viviente de Dios", en aquel día, como hoy en día, por ejemplo, "eres tú mismo mi estimado hermano y mi estimada hermana", ni más ni menos, junto con Dios, con su Espíritu Santo y con su Árbol de la vida, ¡nuestro único Señor Jesucristo! En verdad, "Adán fue el primer hombre que Dios levanta del polvo de la tierra", en un puñado de lodo en sus manos, "para que conozca su nombre sagrado en su corazón", como su Hijo amado y así también como los ángeles del cielo, para la nueva eternidad venidera. Pero la realidad es que, en el corazón de Dios y en su mente gloriosa, "fuiste tú mismo (y no a otro) a quien Dios creaba en aquel día", pensando en su nombre santísimo, cuando Adán era formado en sus manos sagradas en el cielo más alto que reino de los ángeles y de toda la tierra, también. Eras tú mismo, "la obra perfecta de las manos de Dios", por la cual su corazón y su alma santísima se alegrarían mucho, comenzando en un día como hoy, por ejemplo, "al tú leer su palabra viviente y recibas en tu corazón su voluntad perfecta", para tu nueva vida infinita, para que vivas con él eternamente en el cielo. Y "esta voluntad de Dios es la misma" la cual sentía en su corazón en los primeros días de la creación de todas las cosas, como en su inmensidad, y como con Adán en el paraíso y delante de su Árbol de vida, para que comas de su comida y bebas de su bebida, de vida y de salud eterna. De hecho, "esta comida y bebida" de los ángeles del cielo, "sólo se encuentra en su Árbol de vida eterna", su Hijo amado, el único fruto de la vida posible para todo ser creado, comenzando con Adán por ejemplo, y contigo también, mi estimado hermano y mi estimada hermana, en la tierra, además del resto de la humanidad de siempre. Porque "sólo en comer del fruto de la vida eterna", su Hijo amado, el gran rey Mesías de todos los tiempos, "es que realmente hay vida y abundancia de santidad perfecta", para nuestros corazones y para nuestras almas vivientes, en esta vida y en la nueva eternidad celestial del nuevo más allá, creado por Dios para gloria de su Jesucristo. Es por esta razón, también, "que el espíritu de vida eterna de la sangre del Señor Jesucristo tiene que entrar en tu corazón", con sólo creer en el nacimiento, vida, crucifixión, muerte, resurrección y ascensión hasta lo más sumo del cielo, como el mismo lugar santísimo de nuestro Padre Celestial, "para entrar en su morada santa y declararte santo soberanamente". Es decir, "para que el Señor Jesucristo", como Cordero de Dios y como sumo sacerdote de la tierra y del reino de los cielos, sobre el altar de Dios, "entonces declararte perpetuamente santo", tan santo como él mismo y como cada uno de sus ángeles del cielo, por ejemplo, y todo "para que vivas y ya no mueras jamás". Para que de esta manera, entonces "entres a vivir tu vida infinita", por la cual nuestro Padre Celestial, su Hijo amado y su Espíritu Santo te formaron en sus manos sagradas, en el día de tu creación, en su imagen y conforme a su semejanza celestial, delante de los ángeles del cielo, "para declararte santo, para su nombre eterno". Porque de otra manera, "si no eres declarado santo", por el espíritu de la vida eterna de la sangre y del nombre del Señor Jesucristo, "entonces no podrás jamás ser perdonado de tus pecados, ni menos ver la vida eterna", en la nueva eternidad venidera de la ciudad celeste de Dios y de su gran rey Mesías, ¡La Jerusalén inmortal! Entonces "confiesa tu bendición, tu salvación y tu santidad infinita", en tu corazón y con tus labios delante de nuestro Padre Celestial "para que las ventanas y la puerta del cielo no se cierren jamás para ti", como sé cerraron para otros, porque no amaban a Dios, ni a su Espíritu Santo, ni a su Hijo amado, ¡el Mesías Celestial! ¡Proclámate santo para Dios!, con sólo confesar su nombre salvador e infinitamente milagroso para tu corazón, para tu espíritu, para tu alma y para todo tu cuerpo humano, ¡nuestro Señor Jesucristo!, hoy en día y por siempre en la nueva vida celestial del nuevo reino de Dios y del espíritu de santidad infinita de su Árbol de vida, su Hijo Santísimo. El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo es contigo. ¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre! Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el Señor Jesucristo. LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las naciones! SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del reino de los cielos: PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí". SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos". TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano". CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó". QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da". SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio". SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio". OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás". NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu prójimo". DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo". Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas familias, por toda la tierra. Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras almas: ORACIÓN DEL PERDÓN Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ". Juan 14: NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR. ¡CONFÍA EN JESÚS HOY! MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE. YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY. - Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y su MUERTE. Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete): Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA. QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR. ¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____? ¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____? Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora: Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de Cristo a los demás. Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios. Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre. El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre. El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y como siempre, por la eternidad. http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp? playertype=wm%20%20/// http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx http://radioalerta.com